El relleno sanitario de Atlixco: mezcla de preocupaciones, garzas, renos, almas de extrabajadores y de plástico – Puebla

Las imágenes, y no necesariamente los malos olores en el relleno, saltan a la vista: los cientos de perros deambulando y buscando comida, junto a una parvada de gaviotas blancas, es una primera impresión.

La segunda podría ser el mar, literal, de bolsas de plástico las cuales brotan como lunares de colores en la cara de las montañas de decenas de metros de altura. Cerros, como mastodontes, de tierra cubriendo las ya incuantificables toneladas de desechos.

Y una tercera perspectiva: el esfuerzo y la preocupación de los trabajadores por encontrar planchas o espacios para depositar más basura entregada diariamente de al menos cinco municipios de la región: Huaquechula, Tochimilco, San Juan Tianguismanalco, Atzizihuacán y desde luego Atlixco.

Los detalles

A la entrada del relleno sanitario ubicado entre las comunidades de La Agrícola Ocotepec y Guadalupe Huexocuapan, por los rumbos del Popocatépetl y a más de 15 kilómetros de la cabecera, además de una placa oficial de creación del año 2002, existe una báscula y un pequeño cuarto.

Ahí pesan los camiones con y sin carga para saber el tonelaje nuevo. Adentro atiende un joven moreno y chaparrito. Destacan las cámaras de vigilancia, un reloj y la fotografía de un ex trabajador literalmente entrando al cielo. “Era nuestro compañero y se suicidó. Pero aquí sigue con nosotros”, contó el empleado.

A pocos metros brota de frente tal cual un gigante. Es la primera torre de más de 30 metros de altura. Mitad arena, obtenida de los cerros contiguos, y mitad basura. Mejor dicho bolsas de plástico. Es, sin duda, el imperio de ese material indestructible.

Para llegar a la parte alta y toparse con dos edificios más y huecos recientemente rascados para echar más material y ese lugar aguante otros dos o tres años más, es necesario hacerlo en un camión.

Ya sobre la vereda es posible descubrir dos inmensidades: el Popocatépetl y la propia basura. Cerca maquinaria aplastando a la segunda y generando áreas para estirar el terreno vacío.

Y más cerca las parvadas de garzas y los cientos, aunque aseguran son miles en un momento determinado, de caninos. “Son inmunes a todo porque toman agua y se bañan de los lixiviados. Es decir, el jugo negro de la basura”, ironiza el jefe del departamento.

Y muy pegados los pepenadores. Familias completas llevándose sobre todo botellas de plástico. Y cuánta cosa pueden vender o usar. A esa altura ya penetra el olor nauseabundo por una razón: todo es fresco aquí, cuentan.

A la distancia el valle y el coloso de don Goyo de un lado. Del otro, hacia Atlixco, la fila de camiones rumbo a ese sitio vigilado por el olvidado y tirado reno café de más de 10 kilos clavado en un palo. El vigilante de día y de noche.

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