El mundo post Dubái

Terminó, por fin, la conferencia COP28 de Naciones Unidas en Dubái convocada como asunto de extrema emergencia. Calentamiento general que derrite hielos milenarios en ambos polos y afecta océanos anegando costas y ciudades. Menudean los huracanes devastadores y los ríos se desbordan. Ésta es la realidad que fue latente hace años, pero que el elemento financiero pone en primera plana. Las consecuencias del cambio del clima están a la vista.

La temperatura del planeta para finales de 2100 será de 8.2 °C de continuar con el ritmo actual. Se considera que 79% de las emisiones de gas proviene de la agricultura y de los bosques. Al fondo del problema está el petróleo. Oro nuevo y también portador de conflictos y guerras. Convertido en energía desde hace más de dos siglos, moviliza industria, agricultura y servicios. Transforma la navegación del viento al carbón y en automóvil el transporte. Somos súbditos del fósil.

Tras complicadas negociaciones, por fin se conciliaron las posiciones que defienden intereses de protección ambiental frente a las de razones válidas que dan prioridad al desarrollo económico. La importancia de lo humano no debe obstaculizar el progreso. En el texto final preparado por los Emiratos Árabes Unidos, conjuntamente con Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Europea, entre otros, las partes acordaron tomar medidas para reducir en 43% las emisiones de gas CO2 para 2030 y encaminar al mundo hacia emisiones netas cero en 2050 y, conforme al Acuerdo de París, limitar el aumento de la temperatura media a 1.5 °C.  A la vez, 166 países conformaron un fondo de pérdidas y daños catastróficos. Alemania comprometió 65.7 millones de dólares, Francia 10.9 millones, Suecia y España 22 millones y Estados Unidos 17.5 millones. Sumas irrisorias comparadas con los 387 mil millones de dólares anuales que habría que movilizar para adaptarse al cambio climático, según los expertos del PNUD.

El texto de Dubái ratifica el objetivo de triplicar la producción de energías renovables y duplicar la eficiencia energética de 2030. También se llama a reducir el uso del carbón, instrucción también incluida en la COP26 de Glasgow. Se abre también el cambio de la explotación de gas; curiosamente la próxima COP se celebrará en Azerbaiyán, importante país productor de gas.

La historia no acaba aquí. Todo el esfuerzo invertido en esta última COP fue para encauzar al mundo hacia las fuentes naturales de energía. La mayor parte de la extracción petrolera está dedicada a mover la producción y la economía mundiales. Nada indica que baje nuestra simbiosis con el petróleo. Lo que es igualmente preocupante es que es la base de la que parte una pléyade en expansión de artículos de los que a diario dependemos.

Actualmente, la producción de artefactos de plástico de origen petrolero está en plena marcha. De 1.5 millones de toneladas en 1950, se llegaron a producir 400 millones de toneladas en 2022. Se calcula que para 2050 la producción de plásticos puede ser de 1,500 millones de toneladas.

Son devastadores los daños que causa la utilización y desperdicio sin límite de los plásticos. Comenzando por la contaminación de ríos y lagunas, siguen los estragos ampliamente documentados en los océanos, que cada año reciben 12 millones de toneladas de desechos plásticos. Actualmente, 700 especies de organismos marinos se ven afectados por este tipo de contaminación. Más de un millón de aves y 100 mil mamíferos marinos mueren cada año por ingerir los plásticos que llegan al mar. Para 2050 podría haber más plásticos en los mares, que la fauna marina ingiere, pues no los distingue de alimentos.

La versatilidad de los plásticos los hace indispensables, sustituyendo vidrio, metales, maderas o fibras vegetales. Sus características van desde minúsculas piezas hasta gigantescos componentes fabriles o de laboratorio. Un área la constituyen los empaques y envolturas, que representan más de 20% de la producción total de plásticos. Normalmente de un solo uso. Sólo 9% de ellos se recicla, 12% es incinerado y 79% subsiste como desperdicio.

Según Greenpeace, algunos plásticos tardan 600 años para disolverse, otros de uso más general tardan de 300 a 400 años en desaparecer. Los de uso diario tardan docenas de años para degradarse. Pueden reducirse a micrones, pero las moléculas que los componen no pierden resistencia.

Se apreciará que el daño que se origina en el uso de petróleo no es sólo la generación de CO2, sino principalmente en el otro campo simultáneo de los productos derivados que devastan la ecología.

Alejarnos de los productos de origen petrolero nos induce a fabricarlos utilizando otras energías como la eólica, la solar, la marina y la generación hidráulica que ofrece la naturaleza.

La fabricación de bioplásticos con materiales naturales es una opción que hay que promover. Hasta el momento sólo 1% de los bioplásticos es degradable. La UNAM, el Politécnico y otras de nuestras universidades tienen la tarea de diseñar fórmulas para que se puedan producir productos plásticos de origen natural. La COP28 cubrió sólo un aspecto del mal uso que hacemos del petróleo. La responsabilidad de corregir el camino es larga y depende de la convicción ciudadana y no sólo de los gobiernos y de las empresas. 

https://www.excelsior.com.mx/opinion/julio-faesler/el-mundo-post-dubai/1625626

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